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El diesel y la democracia cortoplacista

Hay décadas en las que parece que no pasa nada y hay semanas en las que pasan décadas. Podríamos decir que esta es la realidad en la que vivimos desde antes incluso de que llegase la pandemia y la «Gran Reclusión” de marzo, abril y mayo.

La semana pasada asistimos a la declaración de un nuevo Estado de Alarma, su ratificación en el Congreso para un periodo de 6 meses y la presentación de los Presupuestos Generales del Estado de 2021. Entre medias se celebró la última Conferencia de Presidentes Autonómicos en la que por primera vez participó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Lyden para dar impulso a los Fondos del Next Generation que empujan hacia las transformaciones obligadas si queremos mantenernos en pie. Presente y futuro en un mismo espacio virtual (que ya no físico) y temporal.

Si bien la pandemia está suponiendo una reconfiguración del tiempo, presente y futuro siguen sin ocupar la misma atención en la agenda. Las medidas de contención del virus (presente) ocupan el foco de la agenda mediática y social: limitaciones a las reuniones, toques de queda, medidas de confinamiento perimetral… Medidas coercitivas todas ellas que se llevan la gran atención mediática y ciudadana. Y no solo eso, las declaraciones y debates políticos se centran en cuestiones presentes y no en planteamientos de reformas que están en la base de nuestros problemas estructurales (futuro).

La idea de que la democracia tiende a priorizar el corto plazo es una idea plausible fundamentada en la combinación de dos ingredientes: por un lado en los sistemas políticos democráticos tenemos elecciones regulares y, por otro lado, los votantes o ciudadanos en los sistemas democráticos tendemos a priorizar los beneficios a corto plazo en vez del beneficio a largo plazo. Así nos encontramos con que para los gobernantes el incentivo para priorizar el presente es demasiado fuerte.

Este problema ya conocido del cortoplacismo democrático hay que revertirlo con urgencia cuando nos encontramos ante una coyuntura histórica que requiere que la sociedad aborde cambios muy profundos en muy poco tiempo, concentrando toda la energía social en un punto fijo porque la ventana de oportunidad es corta. 

Hasta ahora las políticas de largo plazo como las de generación de las ‘estructuras’ necesarias para la prevención y promoción de la salud, educación, infancia, investigación y ciencia o de protección del medioambiente suponían costes muy visibles, pero resultados inmediatos poco tangibles en nuestro día a día. Una de las cuestiones que determina que los ciudadanos estén dispuestos a apoyar políticas de largo plazo es que perciban que los beneficios del largo plazo son razonablemente ciertos.

Alguna pista en este sentido nos ha dado la pandemia y nos dieron antes las movilizaciones de jóvenes por el clima que teniendo muy en cuenta la irreversibilidad del cambio climático buscaban expandir los dilemas de la democracia cortoplacista: la juventud por el clima nos estaba diciendo a las generaciones mayores que no tenemos derecho a decidir sobre sus vidas porque los efectos del cambio climático los vivirán ellos. Nos decían que quien tiene el monopolio de las decisiones irreversibles son aquellos que no tienen el cuerpo expuesto a las decisiones irreversibles. Nos decían que con nuestra mirada cortoplacista estamos hipotecando la sostenibilidad del sistema, y las consecuencias las sufrirán ellos.

El mismo día en el que el Gobierno de Pedro Sánchez remitió al Congreso de los Diputados su proyecto de Presupuestos Generales del Estado para el 2021, el PNV planteó un posible rechazo si no se eliminaba el incremento en la tributación del diesel para vehículos no profesionales (subida de 3,8 céntimos por litro en el impuesto especial sobre el diésel). Cuando desde hace años figura encima de la mesa de quienes toman las decisiones políticas la necesidad de impulsar una nueva fiscalidad de carácter medioambiental que evite comportamientos agresivos contra el medio ambiente, el PNV puede perder la oportunidad de demostrar que apuesta por la nueva fiscalidad verde, una apuesta que en un momento trascendental supone romper con las visiones cortoplacistas de las democracias contemporáneas.

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