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Arrimadas y el precipicio de cristal

Es alentador ver a las mujeres liderar un partido político, una empresa o una entidad social, en tiempos de estabilidad o en tiempos de crisis, y tener éxitos en los niveles más altos de responsabilidad. Pero, es significativo que estos relevos se produzcan mayoritariamente en momentos de crisis, y no es menos relevante lo que asegura el “precipicio de cristal”, que una vez arreglado el entuerto que les fue encomendado, el poder volverá a manos masculinas.

Una de las imágenes de la jornada electoral del domingo la protagonizaron Albert Rivera y parte de la ejecutiva de Ciudadanos cuando comparecieron tras confirmarse los peores pronósticos: habían perdido dos millones y medio de votos y cuarenta y siete escaños en los seis meses transcurridos entre las elecciones del 26 de abril y las del pasado domingo. La imagen de la derrota y del fracaso se conjugaba con una presencia eminentemente masculina, donde una mujer a la derecha de Rivera, Inés Arrimadas, aparecía con el mismo semblante serio que el resto de sus compañeros. 

El día después se confirmó la dimisión de Albert Rivera y ahora se suceden biografías, reseñas, hemerotecas sobre quién ha liderado el partido político casi sin contrapesos. Su dimisión deja un partido sumido en una profunda crisis y ante la necesidad de encontrar quien coja el timón de un barco que navega sin rumbo. 

Todos los ojos se dirigen ahora a Inés Arrimadas, a quien se considera su sucesora natural.  Un relevo que llega en el momento de mayor crisis y sin que nadie se hubiese planteado esta posibilidad en un partido organizado en torno al hiperliderazgo masculino, fenómeno que tanto abunda en la política española. 

La posibilidad de que Inés Arrimadas asuma el liderazgo de Ciudadanos tras la dimisión de Albert Rivera justo en un momento de crisis, no es algo nuevo en el mundo de los partidos políticos ni en la gestión de los liderazgos femeninos en la política. En 2004, los académicos británicos, Michelle Ryan y Alex Haslam, acuñaron el término “precipicio de cristal” con la publicación de los resultados de un extenso estudio sobre las empresas del FTSE 100 (Índice bursátil de referencia de la Bolsa de Valores de Londres), con el que venían a demostrar la tendencia de las empresas a nombrar a mujeres en posiciones de liderazgo cuando están al borde del precipicio,  circunstancia asociada con un mayor riesgo de fracaso y crítica. Evidenciaban así, que las posibilidades de una mujer de acceder al poder son directamente proporcionales a las dificultades que deba afrontar. O, lo que es lo mismo: para que las mujeres manden, los hombres han tenido que provocar un cataclismo que ellas tendrán que arreglar.

En el ámbito de la política, donde los liderazgos femeninos no abundan, tenemos ejemplos recientes de mujeres que han escalado a posiciones de liderazgo en momentos críticos de sus partidos. Es el caso de  Jóhanna Sigurðardóttir, que se convirtió en la primera mujer en ser Primera Ministra de Islandia y en la primera jefa de gobierno abiertamente homosexual del mundo en medio de las consecuencias económicas y políticas de la crisis financiera internacional. Ella estabilizó la economía de Islandia en un período de tiempo relativamente corto. 

Otro caso reciente y quizás el más conocido es el de Theresa May, que llegó al 10 de Downing Street tras las renuncias de Cameron, Johnson y Farage, en un acto extremo de lealtad a su partido para intentar resolver el enorme desaguisado del Brexit, a pesar de haberse mostrado abiertamente en contra. Theresa May acabó dimitiendo y ahora otro hombre, cumpliendo con el “principio del salvador”, Boris Johnson, ocupa el puesto de Primer Ministro del Reino Unido.

Los mismos estereotipos y prejuicios que apuntalan el techo de cristal parecen querer hacer resbalar a las mujeres por el precipicio de cristal al llegar a la cumbre. Puestos complicados, peligrosos y en los que es tan difícil no fracasar que nadie más los quiere. Segundos platos de la autoridad. Sobras que alguien se tiene que comer. 

Es alentador ver a las mujeres liderar un partido político, una empresa o una entidad social, en tiempos de estabilidad o en tiempos de crisis, y tener éxitos en los niveles más altos de responsabilidad. Pero, es significativo que estos relevos se produzcan mayoritariamente en momentos de crisis, y no es menos relevante lo que asegura el “precipicio de cristal”, que una vez arreglado el entuerto que les fue encomendado, el poder volverá a manos masculinas. 

Tal y como dice la politóloga especialista en análisis de género, Silvia Claveria, es importante tener en cuenta en qué circunstancias se produce el liderazgo femenino porque «luego se valorará a esas líderes en función de su desempeño en el cargo». Qué la posición mayoritaria del partido naranja sea que Inés Arrimadas lidere el partido es obviamente una señal de reconocimiento a su trabajo y su capacidad de liderazgo, pero también porque así lo señala la evidencia, es una muestra más de que en los momentos de crisis es cuando a las mujeres se les otorgan más oportunidades. Veremos si en este caso es casualidad.

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