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Entre la nostalgia, la urgencia y los cambios

Construimos el mundo nuevo a través de nuestros deseos, proyectando nuestros anhelos, señalando nuestras utopías y asentándolo sobre nuestras convicciones. Hemos diseñado el día después de la crisis del COVID-19 como queremos que sea, y no como probablemente sea. Esto es así porque nuestras predicciones se sostienen sobre nuestros deseos, muchas veces sin hacer un análisis sobre la complejidad de una sociedad como la nuestra interconectada, interdependiente y con una diversidad de actores políticos, sociales y económicos que ejercen influencia y que se enfrentan con intereses contrapuestos.

Claro que, pocas veces la historia nos ofrece la posibilidad de construir un mundo nuevo; pocas veces la vida nos da la oportunidad de reparar los errores y deshacer las decisiones tomadas. El escenario del confinamiento resultaba demasiado tentador como para no sucumbir a la tentación de diseñar un mundo nuevo, cuando seguramente lo más importante en ese momento era evitar que el mundo entero se desmoronase.

Y es que muchas veces la realidad es menos estimulante de lo que nos gustaría. Habrá cambios, claro que los habrá, pero todavía no sabemos si serán menores o sustanciales. Habrá más penuria, sí; se acrecentarán las desigualdades, también, y se acelerarán tendencias ya existentes antes de la crisis, otras se verán relegadas a un mejor momento, quedando en el baúl de los recuerdos. Lamentablemente las urgencias no conjugan bien con el largo plazo.

Por un lado, la experiencia empírica nos dice que cuesta mucho que la condición humana organice un sistema social, cuesta mucho reformarlo y cambiarlo, y cuesta mucho más todavía que aparezca uno nuevo. Piensen en el feminismo y el enorme esfuerzo y empeño que nos está suponiendo producir un cambio social que se sustenta en algo tan aparentemente obvio como es la igualdad entre hombres y mujeres.

Por otro lado, la experiencia también nos dice, que las crisis brindan la oportunidad de forjar una sociedad mejor, pero las crisis en sí mismas no hacen el trabajo. Las crisis exponen los problemas, y ésta en concreto, ha sido cristalina, podríamos desplegar en un pergamino todas la deficiencias del sistema que hemos anotado durante estos días: la desigualdad, la centralidad de los cuidados y los trabajos esenciales, entre ellos. Pero las crisis no traen de la mano las alternativas, y mucho menos la voluntad política de explorarlas. El cambio requiere, ideas, liderazgo, trabajo colaborativo y de acuerdos y consensos de los que ahora, desgraciadamente, adolecemos.​

En relación a las ideas, son tantas las urgencias que acometer, que se hace determinante que sepamos que las alternativas que se propongan de cara al futuro, sólo serán factibles si son capaces de formular estrategias coherentes y convincentes que ayuden a crear las condiciones necesarias para implementarlas en el futuro.

Para que estas ideas se traduzcan en cambios necesitamos administraciones que hagan que las cosas pasen, que no solo remen, si no que lleven el timón; que sino las pueden hacer por ellas mismas, porque sus estructuras excesivamente burocráticas lo impiden, que por lo menos canalicen los procesos y apoyen a quien sea capaz de hacerlo, y que cuando se testen y funcionen, se sumen a ellas para multiplicar su alcance.

En cuanto a la colaboración, en el momento álgido de la emergencia sanitaria, hemos visto como muchas innovaciones se producían en los márgenes de las instituciones, muy focalizadas en atender una emergencia de proporciones desconocidas; una Administración que pese a sus errores de gestión y gobernanza, ha hecho un esfuerzo institucional sin precedentes, constatando el enorme valor de lo público.

Esta crisis ha mostrado que sin un sector público potente habría sido imposible hacer frente a la epidemia. Sin un esfuerzo gigantesco de la colaboración pública, privada y social será imposible reparar sus efectos devastadores. El impacto en las arcas públicas va a ser de tal envergadura que no parece posible otra manera de hacer las cosas. Hay que cambiar el mensaje de que la iniciativa privada y social cubre las carencias de un Estado débil, por el mensaje de que esta colaboración multiplica el impacto de un Estado fuerte. Y el gran cambio, esta situación de crisis y enorme complejidad ofrece a los líderes políticos la gran oportunidad de actuar de otra manera: liderazgos políticos que sean capaces de conjugar firmeza con empatía, transparencia y confianza; liderazgos capaces de generar espacios de participación, de escucha y de colaboración. Liderazgos que entiendan que los momentos de crisis requieren acuerdos, colaboración y renuncias.

Dice Joan Didion, en su novela autobiográfica, ‘El año del pensamiento mágico’ que la vida cambia deprisa, que un día te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba. La vida que conocíamos en muchos aspectos se ha acabado, en la mano de cada uno, desde las ideas, la colaboración y los liderazgos, está que la urgencia de la crisis no pase sin haber producido cambios.

En relación a las ideas, son tantas las urgencias que acometer, que se hace determinante que sepamos que las alternativas que se propongan de cara al futuro, sólo serán factibles si son capaces de formular estrategias coherentes y convincentes que ayuden a crear las condiciones necesarias para implementarlas en el futuro. Para que estas ideas se traduzcan en cambios necesitamos administraciones que hagan que las cosas pasen, que no solo remen, si no que lleven el timón; que si no las pueden hacer por ellas mismas, porque sus estructuras excesivamente burocráticas lo impiden, que por lo menos canalicen los procesos y apoyen a quien sea capaz de hacerlo, y que cuando se testen y funcionen, se sumen a ellas para multiplicar su alcance. En cuanto a la colaboración, en el momento álgido de la emergencia sanitaria, hemos visto como muchas innovaciones se producían en los márgenes de las instituciones, muy focalizadas en atender una emergencia de proporciones desconocidas; una Administración que pese a sus errores de gestión y gobernanza, ha hecho un esfuerzo institucional sin precedentes, constatando el enorme valor de lo público. Esta crisis ha mostrado que sin un sector público potente habría sido imposible hacer frente a la epidemia. Sin un esfuerzo gigantesco de la colaboración pública, privada y social será imposible reparar sus efectos devastadores. El impacto en las arcas públicas va a ser de tal envergadura que no parece posible otra manera de hacer las cosas. Hay que cambiar el mensaje de que la iniciativa privada y social cubre las carencias de un Estado débil, por el mensaje de que esta colaboración multiplica el impacto de un Estado fuerte. Y el gran cambio, esta situación de crisis y enorme complejidad ofrece a los líderes políticos la gran oportunidad de actuar de otra manera: liderazgos políticos que sean capaces de conjugar firmeza con empatía, transparencia y confianza; liderazgos capaces de generar espacios de participación, de escucha y de colaboración. Liderazgos que entiendan que los momentos de crisis requieren acuerdos, colaboración y renuncias. Dice Joan Didion, en su novela autobiográfica, ‘El año del pensamiento mágico’ que la vida cambia deprisa, que un día te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba. La vida que conocíamos en muchos aspectos se ha acabado, en la mano de cada uno, desde las ideas, la colaboración y los liderazgos, está que la urgencia de la crisis no pase sin haber producido cambios.

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