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El cisne negro

Lo inesperado y raro es extraordinario y lo extraordinario es realmente importante y grave. La crisis del coronavirus surge como un acontecimiento inesperado de escala global y enorme impacto local que cambia el marco y las prioridades y que puede poner en cuestión algunas estructuras, cuando lo que tenemos entre manos es el derecho a la salud de la ciudadanía.

Hace un tiempo escribí en estas mismas páginas un artículo titulado el Ministerio del Tiempo, en él reflexionaba sobre la necesidad de incorporar en la gestión de los asuntos públicos la mirada de largo alcance necesaria para huir de la urgencia, del sesgo del aquí y ahora y de la tendencia actual de gobernar a golpe de tuit o movidos por la última urgencia mediática, de manera que se pueda anticipar el impacto de las decisiones y no hipotecar así la vida de las generaciones futuras.

La semana pasada, tuve la ocasión de participar en una jornada de reflexión estratégica de una importante entidad. En ella, nos invitaron a reflexionar sobre los retos sociales, demográficos, educativos, tecnológicos y medioambientales en los que interactúan el sector público y el sector privado. En la conversación volvió a salir la necesidad de incorporar la mirada de largo alcance para afrontar los retos sociales que emergieron a raíz de la crisis económica de 2008 y que supuso la ruptura de un contrato social que se fundamentaba en asegurar la igualdad de oportunidades y el bienestar de los ciudadanos, ciudadanas y de sus familias. Tras la Gran Recesión, resurgió la desigualdad, con una sociedad más precaria, menos protegida socialmente y más desconfiada. 

Junto con la necesidad de la mirada de largo alcance, también resonó con fuerza una realidad que nos golpea y que se empeña en determinar nuestro día a día, el futuro es imprevisible y es muy difícil hacer proyecciones, vivimos en un mundo interconectado y en la sociedad de la incertidumbre, una sociedad disruptiva en la que todo cambia rápidamente. De ahí la importancia de generar espacios de reflexión permanente que nos ayuden a anticipar riesgos y a prever en la medida de lo posible escenarios que son imprevisibles y valorar en el presente lo que queremos en el futuro. 

Y aquí que llega el coronavirus y con él la teoría del “cisne negro”, enunciada en 2007 por el economista Nassim Nicolas Taleb, como esos acontecimientos inesperados, esos sucesos atípicos que juegan un papel mucho más relevante, en los cambios socio-políticos, que aquellos que esperamos a través del juego político. Cuando estábamos todos pendientes de las nuevas elecciones vascas, de las reformas del nuevo gobierno de coalición, de la mesa de diálogo de Cataluña y los debates sobre la crisis climática, surge un acontecimiento inesperado de escala global y enorme impacto local que cambia el marco y las prioridades y que puede poner en cuestión algunas estructuras, cuando lo que tenemos entre manos es el derecho a la salud de la ciudadanía. 

Lo inesperado y raro es extraordinario y lo extraordinario es realmente importante y grave. Y la crisis del coronavirus lo es desde el mismo momento en el que se toman medidas extraordinarias, como es el cierre de colegios, universidades y espacios públicos comunitarios para evitar una propagación que ya es exponencial. Medidas que no serán las únicas (como la situación de Italia nos anticipa) y que trastocan de raíz nuestros hábitos, limitan nuestra movilidad y visibilizan algunos de los retos que tenemos pendientes como sociedad, muchos de ellos, o casualidad, señalados de manera reiterada por el movimiento feminista: la poca flexibilidad del horario laboral, las dificultades de conciliación a la que nos enfrentamos las familias, especialmente las mujeres, la falta de cultura del teletrabajo o la falta de apoyos a las familias más vulnerables para que puedan hacer frente al cuidado de sus hijos e hijas. Hay que empezar a valorar ya medidas que se están tomando en otros países: en Japón están pagando a los padres y madres para que se queden a cuidar a los hijos e hijas en casa, y estudios recientes en Estados Unidos nos dicen que cuando hay bajas laborales pagadas se pueden reducir hasta un 40% la propagación de una epidemia.

Tenemos que estar preparados porque las cosas que rodean nuestra vida van a cambiar y lo están haciendo de manera brusca. El reto es que todos asumamos la gravedad de la situación y que asumamos nuestra responsabilidad porque si la exposición disminuye cuando modificamos nuestros hábitos, ha llegado el día de asumir nuestros deberes porque además luego tendremos más legitimidad si cabe para exigir responsabilidades a quienes toman las decisiones.

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